Vivir de escribir

Cuando coaches, youtubers, escuelas de escritura y demás negocios privados en búsqueda de clientela hablan de vivir de escribir y de como convertirte en escritor profesional, lo primero que conviene es atenerse a un principio elemental de realidad y ver los hechos de frente: la mayoría de los escritores no viven de escribir y deben combinar su afición (o aspiración profesional) con algún otro oficio con el que pagar las facturas. El manido caso de J.K. Rowling es absolutamente excepcional. Más común es el de Fernando Aramburu, que trabajó durante décadas como profesor de lengua española hasta poder dedicarse en exclusiva a la literatura. Y lo más frecuente es que un escritor jamás viva únicamente de lo que escribe. No se trata de ver la botella medio llena o medio vacía, sino de verla entera.
A mí me hace mucha gracia, por ejemplo, cuando veo anuncios en redes sociales que te ofrecen cumplir tu sueño de ser escritor convirtiéndote en copywriter. O cuando se dan tips y consejos para convertirte en escritor profesional que consisten, básicamente, en hacerte un blog, abrirte perfiles en todas las redes sociales conocidas, mantener un flujo constante de publicación para con tus lectores potenciales, no olvidarte de mendigar likes en cada post, tuit o vídeo que hagas, solicitar cuantas becas encuentres por Internet (que son pocas y con condiciones leoninas) y, por supuesto, apuntarte al curso de turno de marketing para escritores. Previo pago, claro. Es decir, para convertirte en escritor profesional, tienes que serlo ya de antemano, pues difícilmente se puede combinar ese nivel de actividad con otro trabajo y, además, escribir novela, poesía, ensayo... lo que sea que quieras hacer.
Pero ser copywriter no es ser escritor profesional. Eso es engañar a la gente. Ni zambullirte de cabeza en una actividad febril de publicaciones en redes, creación de blogs, técnicas de marketing y contactos con otros escritores, empresas, fundaciones y organismos públicos, como si estuvieras montando un negocio desde cero, te va a garantizar que llegues a vivir de tu escritura. Volvamos al sano principio de realidad y olvidemos los cuentos de hadas: prácticamente ningún escritor vive en exclusiva de lo que escribe, ni siquiera muchos escritores conocidos y ya consagrados. Y ese hecho tiene que entrar en la ecuación a la hora de tomar decisiones respecto a la carrera literaria que uno quiera emprender.
Porque todo el discurso marketiniano sobre el vivir de escribir no es más que wishful thinking. Una manifestación más de la cultura empresarial aplicada al arte, en concreto a la escritura. Un conjunto de valores e ideas que son funcionales para quienes promueven un negocio y buscan captar clientes, pero que al escritor que aspira a vivir de sus creaciones solo le supone una doble jornada laboral y una fuente inagotable de autoexigencia y frustraciones.
A mi juicio lo peor de toda esa cultura empresarial es que supedita la creación artística a la consecución de ventas. Si la adoptas como escritor, acabas cambiando el contenido de tu obra, escribes de otra forma, otra cosa, lo que demanda el mercado, aunque ni te guste, ni te interese, ni estés de acuerdo, ni se adapte a lo que quieras contar. Y no lo haces por criterios literarios sino económicos. Es un debate muy viejo, pero mi postura es inamovible. Cuando escribes algo pones mucho de ti en ello. Entregas horas, esfuerzo, ilusión y mucho de lo que llevas dentro; te expones. Lo que escribes es, en parte, lo que tú eres. Renunciar a ello por un plato de lentejas, es renunciar a ti mismo, a tus valores y a tu verdad. Y las lentejas son muy necesarias, pero lo irónico es que, en el caso de la creación literaria, las probabilidades de que se materialicen frente a tu mesa son ínfimas, por mucho que te esfuerces en redes sociales y posicionamiento SEO.
Quizá algún día sea más fácil vivir de la escritura, y de la música, la danza, la interpretación o la pintura; de las artes en general. Pero, mientras tanto, conviene no perder el norte ni dejarse engatusar por cantos de sirena. En lugar de inscribirse en todos esos cursos de marketing, redes sociales, gestión de blogs y profesionalización, puede ser mucho más provechoso invertir ese tiempo y recursos en formarse como creador, en aprender a realizar una obra de calidad y no en cómo venderla, porque ese no es el trabajo de un escritor, sino de editores y comerciales. Las lentejas habrá que buscarlas por otro lado, pero la ganancia en honestidad personal y paz mental, será neta. Y no es poco.