La llamada de Cthulhu, de H.P. Lovecraft
Actualizado: 22 abr 2021

En esta ocasión traigo un relato corto, de apenas 30 páginas, de uno de mis autores fetiche. La llamada de Cthulhu, del norteamericano H.P. Lovecraft fue publicada en 1928 y desde entonces ha tenido una influencia brutal en la narrativa de terror y ciencia ficción posterior. Vamos, pues, al turrón.
El relato es presentado como el testimonio escrito del fallecido Francis Wayland Thurston, que en adelante llamaré narrador, pues su nombre no vuelve a mencionarse y como personaje es irrelevante; se limita a narrar.
Resulta que un tío abuelo del narrador, el profesor Angell de la Universidad de Brown, en Providence, es un experto en lenguas semíticas que muere en extrañas circunstancias al volver de un viaje en 1926. El narrador, como único heredero, recibe entonces las pertenencias del profesor, entre las que encuentra una caja con un extraño bajorrelieve de arcilla, un montón de recortes de prensa y unas anotaciones del propio profesor agrupadas bajo el título "El culto de Cthulhu". Estas anotaciones están divididas en dos partes. La primera habla sobre los sueños de un artista llamado Wilcox. La segunda da cuenta del informe del inspector Legrasse, de la policía de Nueva Orleans.
El narrador comienza a leer y descubre que el profesor Angell recibe la visita del joven Wilcox un día de marzo de 1925. Éste quiere consultar con el profesor una serie de inquietantes sueños que comenzó a tener unos días antes, a partir de un ligero temblor de tierra que hubo en la zona; sueños sobre una enorme ciudad sumergida de geometría imposible, compuesta por gigantescos pilares y monolitos, y de cuyas profundidades surge una voz no humana que lo llama con unas palabras que el profesor transcribe como Cthulhu fhtagn. A raíz de esas visiones, y sin fumarse nada, el joven artista esculpe un bajorrelieve que entrega al profesor, el mismo que el narrador encuentra en la caja. El bajorrelieve contiene unos jeroglíficos que Angell no consigue descifrar porque no corresponden a ninguna escritura conocida. Por encima de estos jeroglíficos, y destacando sobre un fondo que representa la ciudad de los sueños de Wilcox, sobresale una figura aberrante de un ser que parece una mezcla entre un pulpo, un dragón y una figura antropoide. Sin que el narrador entienda muy bien el por qué, el profesor Angell confía en el artista y comienza a frecuentarlo para hablar de sus sueños, hasta que el 23 de marzo Wilcox se recluye en casa víctima de unas fiebres extrañas de las que se recupera el 2 de abril. A partir de esa fecha Wilcox vuelve a tener un comportamiento normal, pero no recuerda prácticamente nada ni muestra ya ningún interés por el bajorrelieve ni por los sueños que tuvo.
Pero el profesor Angell, que le va el rollo de la investigación y que para eso le pagan un sueldo en la Universidad, no se conforma. Así que se lía a buscar en prensa noticias sobre sucesos extraños que casualmente tienen lugar en todo el mundo durante las fechas de las fiebres de Wilcox, del 23 de marzo al 2 de abril. Son los recortes que encuentra el narrador en la caja: suicidios en Europa, fanáticos profetas en Sudamérica, sectas que visten raro aquí y allá, orgías vudú, artistas que pintan cosas muy locas, y mogollón de disturbios en manicomios de todo el mundo. Además, el profesor hace una encuesta entre gente random sobre los sueños que tuvieron durante esas fechas y muchos de ellos, sobre todo los artistas, describen visiones parecidas a las de Wilcox, incluyendo la voz inhumana que les llama desde las profundidades de un lugar desconocido.
Después, el narrador pasa a leer las anotaciones sobre el informe del inspector Legrasse y entiende enseguida por qué el profesor Angell se tomó tan en serio las paranoias de Wilcox. La movida es que, años antes, en 1908 el inspector Legrasse se presenta en un congreso de arqueología al que también acude Angell. El inspector busca allí la opinión de los expertos sobre una estatuilla encontrada en los pantanos de Nueva Orleans durante una redada que dirigió unos días antes. La estatuilla es como el bajorrelieve que esculpirá Wilcox años después, pero en 3D y mucho más siniestra y chunga. El caso es que los expertos y académicos del congreso se quedan flipados con los jeroglíficos y no consiguen determinar de qué material está hecha la pieza. El inspector Legrasse aprovecha entonces para contar como la encontró: alertado por los habitantes de la zona pantanosa de Nueva Orleans sobre unos extrañas desapariciones y ruidos nocturnos en el interior del bosque, Legrasse acude allí con sus hombres para ver qué pasa y se encuentra una especie de orgía vudú en la que los celebrantes desnudos hacen sacrificios humanos y bailan raro en torno al ídolo de piedra colocado sobre un altar (la estatuilla de marras). Legrasse y sus chicos se lian a hostias y tiros, y detienen a muchos de los ritualistas. Uno de los detenidos más viejos, llamado Castro, es interrogado sobre el culto y cuenta un historia sobre unos seres que vinieron desde más allá de las estrellas mucho antes de que apareciese la especie humana, entre los que destaca el gran Cthulhu, que yace aletargado en las profundidades de la ciudad de R'lyeh.
Total, que los académicos del congreso de 1908 no sacan nada en claro y Angell se olvida del tema hasta que conoce a Wilcox en 1925, pero muere repentinamente un año después y su investigación queda en suspenso. Entonces el narrador se propone retomar lo que su tío abuelo dejó sin acabar, con un par. Luego resulta que, como es un poco flojo, va perdiendo las ganas según pasa el tiempo hasta que un día, mientras curiosea en un museo, tropieza por casualidad con un recorte de periódico de mediados de abril de 1925. Allí se habla del caso de un barco, el Alert, encontrado a la deriva en el Pacífico Sur tras una fuerte tormenta que acontece el 2 de abril, y que es remolcado hasta Sidney, Australia. En el momento en el que el remolque encuentra el barco solo quedan dos marineros su interior; uno está muerto, y el otro, un noruego llamado Johansen, es hallado en un estado de enajenación importante y con un ídolo en las manos exactamente igual al descrito en los documentos del profesor Angell. El narrador se desplaza entonces hasta Sidney con la intención de interrogar a Johansen, pero descubre que el noruego ha vuelto ya a su Oslo natal, con el pelo completamente blanco, para morir poco después y en circunstancias muy dudosas, como el profesor Angell.
A partir de aquí, si queréis saber qué es lo que volvió de color blanco los pelos de Johansen, qué misterios descubrió el narrador tras su investigación, o qué otros secretos sobre Cthulhu habéis de temer, oh insensatos, pues os leeís la historia, que es solo un ratito.
Bajo mi punto de vista, éste no es uno de los mejores relatos de Lovecraft. La historia está narrada en forma de testimonios aparentemente inconexos, un poco como los reportajes de magufadas, y hay que estar al loro para no despistarse con los cambios de punto de vista y con las fechas, aunque (como siempre en Lovecraft), la atmósfera que crea con el lenguaje es sugestiva y oscura, muy conseguida.
Sin embargo, aunque Lovecraft tiene otros relatos muchos más alucinantes, si éste es el más famoso y uno de los canónicos del autor, es por algo. En él se encuentran todos los temas típicos lovecraftianos: el miedo a lo desconocido, a lo inmenso, a los abismos y a la insignificancia humana, y la locura como resultado del intento por conocer lo inabarcable. El propio nombre de Cthulhu evoca la imposibilidad de pronunciar una lengua que no es humana y, de hecho, Lovecraft nunca quiso aclarar si existía una pronunciación correcta (así que decidlo como os dé la gana; os va a salir mal de todos modos). Otro tópico lovecraftiano es la total ausencia de misticismo o espiritualidad en sus relatos, con lo que independizó definitivamente al género de terror de la temática gótica de fantasmas y demonios, que siempre tienen un regusto religioso y moralizante. El horror cósmico de Lovecraft es de corte materialista y relacionado con la ciencia ficción, camino ya abierto en el siglo XIX por el Frankenstein de Mary Shelley.
En resúmen, La llamada de Cthulhu aglutina todas las obsesiones del autor (que quiso ser astrónomo, tenía pánico al mar y era un ateo convencido). Además, por su brevedad y estilo, es un buen punto de partida para introducirse al resto de su obra, que ha sido inspiración para escritores y gionistas de todo el mundo hasta nuestros días.
En cuanto a las referencias, aunque Lovecraft ha influido en el cine de mil y un maneras (películas como Alien, Predator o La cosa son herederas de su horror cósmico), la verdad es que el séptimo arte no ha tratado muy bien al autor. Hay pocas películas basadas en sus relatos y casi todas son de mala calidad. Sin embargo, con La llamada de Cthulhu, tenemos una afortunadísima excepción. La Sociedad Histórica H.P. Lovecraft de EE.UU. encargó y produjo la película homónima de 2005, dirigida por Andrew Leman y rodada como si fuera una cinta de los años 20, en blanco y negro y sin sonido, al estilo del cine mudo clásico, el propio de la época en la que fue escrito el relato. Es un mediometraje de 50 minutos, muy fiel a la obra original, sin ningún tipo de concesiones comerciales al público y que da verdadero gusto ver. Os dejo el tráiler:
Y en lo que toca a la música, la referencia a Metallica es obligada. El grupo californiano tiene varios temas dedicados a los relatos de Lovecraft, entre otros la instrumental The Call Of Ktulu, que cierra el discazo Ride The Lightning de 1984. Enjoy it!