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Frankenstein, de Mary Shelley

Actualizado: 12 sept 2021



Hoy volvemos a los clásicos con uno de los mitos universales del terror y la ciencia ficción: Frankenstein o el moderno Prometeo, escrito por Mary Shelley y publicado en 1818.


La obra fue fruto de una apuesta de la autora con su marido, el poeta Percy Shelley, y con Lord Byron. Los Shelley estaban de visita en la casa de veraneo del Lord en Suiza y una noche les pilló una tormenta del copón, por lo que se quedaron en la casa leyendo historias de fantasmas hasta que Lord Byron retó a los Shelley a escribir cada uno una historia de terror sobrenatural. Se pusieron todos manos a la obra pero, a los pocos días, el tiempo mejoró y Percy Shelley y Lord Byron pasaron olímpicamente de los relatos y se fueron de excursión al monte. Así que Mary fue la única que se quedó en la casa terminando su obra y... lo petó.


El libro comienza con un breve prólogo-disclaimer de la autora explicando su génesis (lo que os he contado arriba) y advirtiendo de que el contenido de la novela no debe interpretarse como que ella sea partidaria de ninguna doctrina filosófica concreta ni que crea factible el elemento sobrenatural que motiva la narración, a saber, la creación de vida a partir de materia muerta. Es interesante porque, como comentaré más tarde, las implicaciones filosóficas de la historia son amplias y profundas. Pero bueno, eso no quita que Shelley quisiera desmarcarse de ellas.  


Entrando ya en la historia, nos encontramos con las cartas que le escribe el capitán Robert Walton, inglés, a su hermana, en las que narra como marcha la expedición en barco que él mismo dirige desde la ciudad rusa de Arcángel hacia el polo norte, en algún año del siglo XVIII que no se especifica en la novela. Walton está empeñado en alcanzar el polo, pero las duras condiciones climáticas hacen que el barco quede atrapado entre el hielo del océano Ártico. Mientras Walton y su tripulación esperan a que las condiciones mejoren para poder seguir avanzando, divisan a un hombre moribundo que encuentran tirado en un trineo sobre un témpano de hielo que flota a la deriva. Los marinos lo rescatan enseguida y lo conducen al interior de un camarote para que se recupere. Resulta que este hombre agonizante es el doctor Victor Frankenstein, de origen suizo. El tipo está que no puede con su vida pero, en cuanto se entera de los planes de Walton, trata de persuadirle para que desista de su peligrosa búsqueda del polo. Walton, obviamente, pasa tres kilos de dar marcha atrás, así que Frankenstein le cuenta su propia historia para que le sirva de ejemplo.


Empieza contanto como, siendo muy joven, vivía obsesionado con las ciencias ocultas y con desentrañar los misterios de la vida y de la muerte, así que acaba por trasladarse a la Universidad de Ingolstadt, en Alemania, para estudiar la llamada filosofía natural (química, medicina... las ciencias de la época, vamos). Allí, en el ático de la casa donde se aloja, construye una especie de laboratorio aislado y comienza a experimentar con cadáveres para devolverlos a la vida. El doctor Frankenstein se niega a dar detalles de sus métodos al capitán Walton, para que nadie nunca más pueda repetir lo que él hizo, así que se salta toda esa parte en su narración y se limita a decir que, tras mucho experimentar, llega un día en que consigue crear un bicharraco humanoide enorme, compuesto de partes de diferentes cuerpos, que cobra vida.


Exacto. En la novela no hay ningún momento apoteósico en el que el monstruo es traído a la vida entre rayos y gritos desquiciados del doctor. Eso es un invento del cine. Pero la escena en el que el monstruo abre los ojos y comienza a moverse mientras Frankenstein está distraido repasando unos apuntes a la luz de una vela es mucho más terrorífica y sugestiva que en las versiones cinematográficas. En fin, cosas del cine.


El caso es que el doctor Frankenstein se acojona vivo y huye del laboratorio. Pero, para cuando vuelve, la criatura ha escapado y, como nuestro protagonista es un poco tolai, cree que metiendo la cabeza en un agujero y fingiendo que los problemas no existen estos desaparecen solos. Así que decide olvidarse del tema, acabar sus estudios y volverse para Suiza a seguir con su vida, donde le esperan su padre, su prometida Elizabeth y el resto de su familia y amigos.


Mientras tanto, la criatura, que había huido del laboratorio con algunas ropas del doctor, se adentra en un bosque cercano a Ingolstadt mientras va desarrollando sus sentidos y tomando conciencia de sí mismo. La descripción que Shelley hace del monstruo también es muy distinta de la que nos ha legado el cine. Es un ser muy alto y fuerte, pero bien proporcionado, de cabellos negros y largos, dientes muy blancos y piel recosida y amarillenta, cadavérica. Vamos, que está macizo y da puto asco a la vez. Además, es muy rápido y ágil y, como veremos, inteligente y manipulador. Nada que ver con el zopenco bruto y torpe del cine. La criatura de la novela es más bien una especie de superhéroe condenado.


Pero sigamos con la historia del monstruito. Tras sobrevivir unos días solo en el bosque, le entra hambre y decide acercarse a un poblado donde, al llegar, los niños chillan asustados y los adultos del pueblo lo expulsan a pedradas. Él queda traumatizado por tanta violencia gratuita hacia su persona y huye compungido al bosque, hasta que encuentra una cabaña solitaria con un pequeño cobertizo en el que se refugia. Enseguida descubre que la cabaña está habitada por una familia de campesinos que se quieren mucho todos. Él los espía desde el cobertizo durante meses y así aprende lo que es el amor. También hace escapadas al bosque para recoger leña y dejársela en la puerta de la cabaña a la familia, de manera que sus miembros creen que un espíritu benévolo les ayuda.


La criatura pasa así una larga temporada, más o menos feliz, en la que aprende a leer y a hablar solamente escuchando y observando a sus involuntarios anfitriones por las rendijas de madera que separan la cabaña del cobertizo (casi al nivel del T800 está la criatura). Es entonces cuando puede leer los papeles del laboratorio del doctor Frankenstein, que lleva en las ropas que tomó al huir de allí, y descubre así su propia historia. Claro, lo flipa y se caga en todo, pero decide vencer su timidez y presentarse ante la familia con la esperanza de recibir el amor que tanto ansía, aunque también con el temor a ser recibido como en el pueblo del que fue expulsado a pedradas. Así que aprovecha un día en que el abuelo, que es ciego, está solo y se planta frente a él. El viejo recibe bien a la criatura y ambos comienzan a conversar, pero los miembros jóvenes de la familia llegan a la cabaña y el hijo del viejo, al ver al monstruo, lo echa a hostias, creyendo que puede suponer una amenaza para su padre. La criatura no se defiende de pura pena y vuelve a huir hacia el bosque, pero pocos días después regresa a la cabaña y descubre que la familia la ha abandonado porque no puede pagar el alquiler (no sabemos si había dación en pago). En ese momento se siente solo en el mundo y despreciado por todos, así que le prende fuego a la casa y jura venganza contra el doctor Frankenstein.


Poco después, en Suiza, el hermano pequeño del doctor Frankenstein desaparece. Los familiares, amigos y autoridades locales organizan una batida por la zona y encuentran el cadáver del pequeño sin vida, estrangulado. Además, aparece la criada, Justine, dormida no lejos de allí con el colgante del niño en las manos, por lo que es acusada del asesinato y ajusticiada. Lo hardcore del tema es que Víctor Frankenstein sabe perfectamente que el verdadero asesino ha sido la criatura a la que él mismo dio vida, pero se calla como una rata por el miedo a que se descubra lo que hizo. Todo un héroe el chaval. 


La movida es que Víctor, atormentado por el peso de la culpa de dos muertes y la creación de una abominación, se dedica a meditar paseando por las montañas. El monstruo, que corre y salta entre los riscos como si fuera una cabra montesa, lo encuentra, lo arrincona y le obliga a escuchar su historia, confesándole también que, efectivamente, fue él quien dejó el colgante del niño en las manos de Justine después de haberlo matado. El doctor flipa y se caga en su puta vida. Pero el monstruo le dice que menos lobos y le exige que le dé una compañera para no vagar solo por el mundo. A cambio, la criatura se compromete a huir con su compañera lejos de la civilización y desaparecer para siempre; de lo contrario, continuará provocando desgracias en la familia Frankenstein. El doctor al principio accede y se va solo a una isla remota de Escocia, donde se recluye en una cabaña para crear a la novia del monstruo, pero tiene demasiados remordimientos y, en el último momento, decide destruir a la nueva criatura para que no pueda hacer más daño ni reproducirse con el monstruo ya creado. Este último, que había seguido de cerca al doctor y vigilaba sus tareas sin que él lo supiera, irrumpe en la cabaña, se caga en sus muertos y exige al doctor que cumpla con lo pactado. Pero Víctor Frankenstein, que para entonces ya había decidido dejar de ser un moñas, le planta cara y le dice que se peine, que jamás creará otra criatura igual. El monstruo entonces se aleja furioso, prometiendo estar en la noche de bodas del doctor con su prometida Elizabeth. Y llegados aquí, si queréis saber lo que pasará en la noche de bodas y como es que el doctor Víctor Frankenstein acaba flotando en un trineo cerca del polo norte, os tendréis que leer el libro.


Lo genial de Frankenstein o el moderno Prometeo es que condensa todos los grandes terrores modernos: el miedo a la ciencia y sus creaciones, el miedo a desafiar el orden natural o a Dios; el miedo al conocimiento de lo prohibido (que no es más que otra versión del mito religioso del pecado original); el miedo a la muerte, a la soledad y al diferente; el miedo a la autoconciencia de lo creado (todas las pesadillas sobre la rebelión de las máquinas no son sino la historia de Frankenstein adaptada a la era industrial); y, por supuesto, la carga de la culpa y el debate sobre si el verdadero monstruo es el creador o la criatura.


Mary Shelley puede considerarse, bajo mi punto de vista, la reina madre del terror contemporáneo, la pionera que abre un camino alejado de las clásicas historias de fantasmas y que vuelve la mirada hacia la ciencia y lo material, camino que luego profundizarán Poe y Lovecraft. Sin embargo, ofrece una visión catastrofista de la ciencia que ha impregnado gran parte de la literatura y del cine posteriores. En ese sentido la novela no escapa a la moral religiosa anticientífica: el elemento terrorífico es el producto de la ciencia y la conclusión es que hay cosas que no deben investigarse, límites que el conocimiento no debe traspasar. Es significativo el subtítulo de la novela: en la mitología griega Prometeo robó a los dioses el fuego, símbolo del conocimiento y la técnica, para entregárselo a los hombres, y por ello fue castigado a un suplicio eterno. La actitud pusilánime e irresponsable del propio doctor Frankenstein refuerza esta idea del científico inconsciente que sobrepasa los límites de lo prohibido para luego arrepentirse. La única redención posible para él es tratar de destruir su creación. En resumen, y a pesar del disclaimer inicial de Shelley, el doctor Frankenstein representa, desde un punto de vista filosófico, la antítesis de Hari Seldon, de la Fundación de Asimov, por citar a otro grande ya comentado en este blog. El miedo a la ciencia el primero, la esperanza en la ciencia el segundo.


En cuanto a referencias y recomendaciones, voy a pasar totalmente de las adaptaciones al cine porque lo que se ha hecho con esta novela no tiene nombre. Incluso la película de Kenneth Branagh, que pretende ser la adaptación más fiel del original, es un despropósito absoluto con un final delirante. Así que mejor poneos El jovencito Frankenstein de Mel Brooks, que tampoco tiene mucho que ver con la novela, pero por lo menos os echáis unas risas.


Lo que sí recomiendo es que os pilléis la edición del libro ilustrada por Bernie Wrightson y editada por Planeta Cómic, que contiene además un prólogo de Stephen King. Las ilustraciones son buenísimas y recogen muy bien la esencia de la historia y una imagen fiel de la criatura. La portada de esa edición es la que he utilizado para la entrada del blog y que podéis ver más arriba.


Por último, sí que voy a dejar una referencia musical: el temazo Frankenstein de la banda de heavy metal Iced Earth, contenido en su disco Horror Show de 2001. Enjoy.



 

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