El conde de Montecristo, de Alexandre Dumas
Actualizado: 22 abr 2021

Seguimos con los clásicos y hoy traigo El conde de Montecristo, una historia de venganza, muy venganza y mucha venganza. La novela fue escrita por Alexandre Dumas (en España le seguimos traduciendo el nombre y lo llamamos Alejandro Dumas) y se publicó por entregas entre 1845 y 1846.
Nos hallamos en la Marsella de 1815. Edmond Dantés, un joven marinero de origen humilde pero con una carrera muy prometedora, cuenta con el amor de su anciano y pobre padre, el de su prometida Mercedes, y el aprecio de su patrón, el armador Morrel. Pero no faltan tampoco quienes le tienen manía: Danglars, compañero de Dantés, le envidia porque el patrón de la compañía, Morrel, lo adora y lo quiere hacer capitán de su barco más importante, el Faraón. Caderousse, un vecino del padre de Dantés, muy codicioso y rata, ve con malos ojos lo bien que le va al joven marino y el dinerete que se saca después de cada travesía. Por último, Fernando, primo de Mercedes, está enamorado de esta y no soporta la idea de que vaya a casarse con Dantés. La envidia, la avaricia y los celos acechan al prota, y él sin enterarse mucho.
El caso es que estos tres tunantes se van un día de copas para echar pestes de Dantés. Entonces Danglars, el envidioso, idea un plan: lo denunciarán anónimamente a la policía por un crimen que no ha cometido. En concreto, lo acusarán de colaborar con el regreso de Napoleón Bonaparte a Francia desde su exilio en la isla de Elba. Así podrán deshacerse de él sin mancharse las manos y sin que nadie sospeche de ellos. Fernando, loco de celos, se apunta al plan de Danglars. Caderousse, que está borracho como una cuba mientras Danglar les expone el tema, no se entera muy bien y dice que guay pero luego, cuando se le pasa el pedal, se arrepiente. Al fin y al cabo, él no le desea ningún mal a Dantés, solo quiere su dinero. Aún así tampoco hace mucho por impedir el desastre que cierne sobre Dantés quien, finalmente, es detenido el mismo día de su boda con Mercedes delante de todos los invitados.
Pero la movida se complica ya del todo cuando entra en juego Villefort, el sustituto del procurador del Rey (un fiscal de la época, para que nos entendamos), y encargado de juzgar a Dantés. Villefort es un joven oportunista y ambicioso que le hace la corte a los realistas, en el poder tras el exilio de Napoleón, pero que tiene un padre bonapartista y conspirador, con el que no se lleva demasiado bien, y claro, oculta ese dato a todo el mundo. Ciego de ambición y ansioso de escalar socialmente en una Francia que vuelve a ser monárquica, Villefort se da cuenta de que el caso de Dantés puede comprometer su carrera (por el tema de su propio padre, que sigue haciendo de las suyas), así que se pasa por el forro todo el procedimiento y manda al marino a que se pudra en el presidio del castillo de If, un islote incomunicado frente a la costa de Marsella, así, sin juicio ni nada.
Allí Dantés pasa los años consumiéndose, alejado de su padre y de su prometida, sin ni siquiera saber por qué está encerrado y con continuos deseos de suicidarse. De hecho, hace algún intento. Pero todo cambia cuando conoce a un compañero de presidio, el abate Faria, un viejo religioso italiano, aparentemente loco, encerrado por defender la unidad de Italia (en la época era un país dividido en mazo de Estados pequeños y los partidarios de la unificación eran considerados revolucionarios y antisistema). Se hacen colegas porque, aunque cada preso estaba aislado de los demás en su propia celda, estos dos se comunican a través de un túnel subterráneo que Faria llevaba años cavando para intentar escapar pero que, por un fallo de cálculo, va a parar a la celda de Dantés. Este le dice al viejo que se apunta a la fuga y, mientras se ponen manos a la obra para cavar un nuevo túnel entre los dos, Faria educa a Dantés en toda su ciencia y le confía su secreto: tiene un tesoro oculto, valiosísimo, en el islote de Montecristo, cerca de Italia. El relato del origen de este tesoro es muy rocambolesco y está plagado de historia e intrigas políticas que se remontan a los Borgia y que sería largo resumir ahora. El caso es que Faria, que viejísimo, acaba por cederle a Dantés todo su tesoro, pues sabe que va a morir antes de poder escapar y lo quiere como un hijo.
Faria, efectivamente, acaba muriendo, y Dantés, tras llorarle mucho, se las ingenia para escapar haciéndose pasar por el cadáver del religioso. Los carceleros lo tiran al agua y casi se ahoga, pero consigue nadar hasta un islote y de allí es rescatado por unos contrabandistas que pasaban por casualidad. Se hace colega de ellos y hasta lo enrolan en sus correrías porque enseguida ven que es un buen marino. Finalmente, tras reunir una pequeña cantidad de dinero, se despide los contrabandistas y se va derecho hacia el islote deshabitado de Montecristo. Allí busca el tesoro, guiándose por las indicaciones que le había confiado Faria. Y, bueno, flipa con las riquezas que se encuentra. Ni Alí Babá, vamos. Después regresa de incógnito a Marsella, donde descubre que su padre ha muerto de hambre, Mercedes está casada con Fernando, a él lo dan por muerto y la familia de Morrel está en dificultades. Para colmo, todos los que conspiraron contra él están ahora podridos de riqueza y gloria. Menos Caderousse, que es un caso aparte. Así que lo primero que hace es echar un cable a la familia de Morrel, sin que ninguno lo reconozca, y una vez cumplido ese trámite, adopta el nombre de conde de Montecristo y dedica toda su fortuna y todo su tiempo a vengarse de quienes le jodieron la vida. Una venganza calculada, fría, metódica e implacable, ejecutada con la paciencia de quien se ha tirado casi 20 años esperando en un calabozo. Y para saber como sigue la historia, a leer.
El conde de Montecristo representa al vengador arquetípico. Es al mismo tiempo héroe y villano, un personaje que renace del infierno y que se sitúa por encima del bien y del mal. Aún utilizando su fortuna y poder para devolver el bien que le han hecho y salvar las vidas de las pocas personas a las que aún quiere, su principal motivación es la venganza y no tiene ningún tipo de reparos en llevar sus planes hasta sus últimas consecuencias, aunque deba dañar a inocentes si es preciso. Es un tipo que engaña, manipula y amenaza, que arruina vidas o las lleva al límite de lo tolerable con tal de conseguir su objetivo; un ser oscuro, que tiene esclavos y que disfruta de las ejecuciones públicas, que se mueve entre la alta sociedad y entre los estratos más bajos y peligrosos del hampa, a los que maneja a su antojo. Y es que los años de penurias que pasa en la cárcel y el descubrimiento de la traición y de la pérdida de su padre y de su prometida, no solamente lo llenan de sed de venganza sino de la convicción de ser él mismo el brazo ejecutor de Dios. Esa oscuridad, esa combinación de admiración y temor que produce en los demás (según sean protegidos o víctimas del conde), se refleja hasta en su aspecto físico; un hombre pálido, fuerte y sombrío, que siempre se mantiene impasible y rara vez deja traslucir sus emociones. En más de una ocasión los personajes de la alta sociedad parisiense se refieren a él como el vampiro. Es una especie de Batman de la época pero con múltiples disfraces, pues según la situación lo requiera adopta otras personalidades diferentes, sin revelar a nadie su verdadera identidad.
La obra de Dumas reflexiona también sobre cuestiones morales de fondo, como puede ser la máxima bíblica de hacer pagar a los hijos por los pecados de los padres, o la falibilidad de la justicia humana frente a la verdadera justicia, la de Dios, de quien Dantés se considera un simple instrumento. Esto, que puede sonar muy arcano y antiguo, no lo es tanto y lo seguimos viendo hoy día cuando, ante cualquier crimen escandaloso, prensa y turbas de gente se lanzan a juzgar a los familiares de los presuntos culpables, o cuando se nos bombardea con todo tipo de ficciones sobre "héroes" que se pasan la ley por el forro porque esta es muy lenta, falible o corrupta, mientras que ellos representan la justicia natural o la del pueblo. Es decir, gran parte de las pelis de superhéroes y muchos de los discursos políticos actuales de todo el espectro ideológico.
Otra aspecto interesante del libro es el trasfondo histórico de las luchas políticas de la Francia de la época entre las clases populares (bonapartistas) y la aristocracia (realistas). También el ámbito geográfico en que está ambientada la narración es muy amplio: Francia, España, Italia y, en menor medida, norte de África y Grecia. Pero, sobre todo, el mar Mediterráneo, Marsella, Roma y París son los escenarios donde se suceden fugas, carnavales, asaltos de bandidos, viajes de contrabandistas, batallas, duelos, intrigas, asesinatos...
El lado malo: es un tochazo de más de 700 páginas ya muy antiguo, ambientado en una época donde las fórmulas de cortesía, sobre todo entre las clases altas, no eran las de hoy. Esto a veces hace la narración un poco pesada. Tanto protocolo acaba cansando, pero sí es verdad que te mete de lleno en la época.
Y por último, solo quiero mencionar a mis dos personajes favoritos: Eugenia, la hija de Danglars, y el señor Noirtier, el padre bonapartista de Villefort. Ambos son canelita en rama. Y no digo nada más para que os leáis el libro y descubráis vosotros mismos por qué.
En cuanto a referencias, El conde de Montecristo ha sido adaptada muchas veces al cine y la televisión, pero (surprise!) no he visto ni una sola. Quizá algún día le eche un vistazo a alguna de las adaptaciones y actualice este post, pero de momento os recomiendo dos que tienen muy buenas críticas: la miniserie francesa El conde de Montecristo, de 1998, protagonizada por Gerard Depardieu, y la adaptación al manga Gankutsuou, de 2004, una serie de 24 capítulos que lleva la historia de Montecristo a un futuro espacial. Lo flipas.
Lo que sí os dejo es el videoclip Huelo el miedo, de Warcry, inspirado en la novela que nos traemos entre manos, y dirigido y protagonizado por el polífacético amante del heavy metal Christian Gálvez: