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Adaptaciones de libros

Actualizado: 14 jul 2021


Esta vez, en lugar de hacer reseña, me meto en un jardín: el jardín de las adaptaciones de libros. Y por libro me voy a referir, fundamentalmente, a cualquier obra escrita de ficción. Por adaptación, a la conversión de dicha obra en producto cinematográfico, ya sea película o serie.


Todo esto viene a raíz de un par de vídeos del youtuber divulgador Jordi Maquiavello con los que me topé recientemente y que os dejo en este enlace y en este. El autor de los vídeos hace una apasionadísima defensa de las adaptaciones que es hasta graciosa de puro visceral. Me gusta imaginármelo con la cara enrojecida y la vena del cuello hinchada mientras habla.


El caso es que Jordi Maquiavello plantea algunas cuestiones interesantes sobre la relación entre los libros originales y sus adaptaciones al cine pero también hace afirmaciones más que discutibles y, sobre todo, me parece que falla en su razonamiento de fondo. De hecho, creo que este obedece más a sus propios prejuicios y experiencias personales que a una reflexión sobre las ventajas e inconvenientes de la práctica de adaptar obras literarias al medio audiovisual. Pero bueno, allá cada uno con sus traumas. Para una visión mucho más equilibrada y razonable sobre la relación entre obras literarias y adaptaciones cinematográficas os recomiendo este artículo de Manuel Cabello Pino, profesor de filología de la Universidad de Huelva, en el que se exponen algunas ideas en las que me baso para lo que viene a continuación.


En cualquier caso, solo me voy a centrar en rebatir lo que creo que son las dos ideas centrales de Jordi Maquiavello y que considero que hacen un flaco favor a la literatura y a su divulgación: la primera es que la literatura, a diferencia del cine, es considerada mayoritariamente como un producto cultural de élite. La segunda, que una adaptación cinematográfica es un producto cultural completamente independiente de la obra literaria original.


Primera falacia: literatura de élite vs cine popular


Jordi Maquiavello plantea que la gente "no entiende" (sobre lo de que la gente "no entiende" cosas ya hablaré en otra ocasión, que da para mucho) las diferencias entre una obra literaria original y una adaptación cinematográfica, y eso es aprovechado por una élite cultural de puretas para establecer como sentido común que la película o serie siempre es de peor calidad que la novela. En definitiva, asocia literatura de ficción con alta cultura y adaptación cinematográfica con cultura popular, o mejor, con un intento de traducir aquella cultura de élite a las masas. La verdad, no se me ocurre forma más clasista y condescendiente de entender tanto la literatura y como el cine.


En primer lugar, desde la extensión de la educación pública y gratuita, y la consiguiente desaparición del analfabetismo, la literatura dejó de ser un producto de élite definitivamente. Es más, ya comenzó a expandirse más allá de los círculos de élites cultivadas desde que en el siglo XIX, y mucho antes de la aparición del cinematógrafo, se popularizase la literatura de ficción a través de los folletines, de las novelas por entregas y de los esfuerzos de las organizaciones obreras por extender la cultura, además de la aparición de nuevos tipos de editoriales que perseguían el puro y simple lucro comercial. Incluso grandes autores de la época como Galdós o Dickens cultivaron en profundidad esta nueva forma de literatura.


A día de hoy existe en todo el mundo una producción espectacular de literatura de masas. En España, el Barómetro de hábitos de lectura y compra de libros, publicado cada año por la Federación de Gremios de Editores de España, muestra que la literatura no es precisamente un producto de consumo exclusivo de élites culturales. Vale que 2020 lo puso fácil con la pandemia y los confinamientos, pero la tendencia ya era creciente desde años anteriores. Fenómenos literarios como Harry Potter, El Señor de los Anillos, Los Pilares de la Tierra, El Nombre de la Rosa, La Catedral del Mar, la saga de Crepúsculo, etc., ya eran consumidos masivamente mucho antes de su adaptación al cine o la televisión. Y se puede discutir la calidad de estas obras pero no su condición de producto de masas. Por supuesto, al mismo tiempo, siempre ha existido, existe y existirá una literatura de élite. Como en todas las artes.


Así que no. La "gente" no necesita que le traduzcan un libro a imágenes, dibujitos y sonidos para que disfrute de una buena historia. Solo una concepción despectiva de "las masas" puede llevar a ese tipo de conclusiones. Solo pensando que la plebe es idiota puedes deducir que hay que hacerle una peli del libro porque este es demasiado para su intelecto. Y no dudo de la existencia de una tradición elitista que razone así, pero el youtuber parece llegar a las mismas conclusiones pretendiendo defender lo contrario. La caricatura que Jordi Maquiavello quiere presentar de la literatura como producto de élite y aburrido llega al absurdo cuando dice, sin complejos, que un libro no tiene ritmo. Cualquiera que haya hecho un curso básico de narrativa sabe que el ritmo es un elemento fundamental de cualquier creación literaria. Cualquiera que esté habituado a leer literatura de ficción sabe que cada género, novela, estilo, etc, tiene su propio ritmo narrativo y que este es esencial a la hora de determinar su calidad. Jordi Maquiavello fuerza y caricaturiza las características de la literatura para que coincidan con la imagen peyorativa que quiere mostrar de ella, y así realzar las cualidades y la necesidad de las adaptaciones.


En segundo lugar, la misma división clasista entre producción de élite y popular tiene lugar en la industria cinematográfica. Porque, si bien el cine comenzó como una especie de atracción de feria para consumo de masas y se popularizó muy rápidamente entre el gran público, pronto se convirtió también en un producto de alta cultura y de distinción social. Y no desde los años 60 del siglo XX, como dice Jordi Maquiavello, sino que desde sus orígenes ya se vio influido por las corrientes intelectuales de vanguardia, como el surrealismo o el expresionismo, que enseguida apreciaron el potencial artístico del nuevo medio. Un perro andaluz de Buñuel es un buen ejemplo de ese cine de élite temprano.


Al final todo depende del tipo de cine del que estemos hablando. Pienso, por ejemplo, en La Chinoise de Godard; hasta clásicos de la ficción, considerados como obras cumbre de la literatura universal, como El Quijote, La Ilíada o El lobo estepario, son más asequibles para el gran público que una película así. Joder, que hasta el Fausto de Goethe se puede llegar a entender mejor que Solaris de Tarkovski (por cierto, una adaptación).


Luego la cuestión conflictiva entre productos culturales de élite y productos populares no tiene que ver con el formato narrativo, ya sea literario o cinematográfico, sino con el contenido, con la historia que se quiera contar, el lenguaje que se utiliza y el público al que va dirigida la obra. Y esto me lleva de vuelta al tema de las adaptaciones.


Segunda falacia: las adaptaciones son completamente independientes de la obra original.


Niego el punto de partida de Jordi Maquiavello. No. Las adaptaciones NO son productos independientes. Ni de broma. Son adaptaciones de una obra preexistente. Lo que ocurre es que, si están bien narradas, tienen su propia lógica interna y no se necesita leer la novela para poder entenderlas (cosa que no siempre ocurre), se las puede considerar como una obra autónoma y tienen entonces un valor artístico per se. En ese sentido, una adaptación sí puede considerarse una obra artística independiente. Eso es, además, lo que debe conseguir el creador. No es una responsabilidad del espectador. El cineasta que adapta una novela (o un cómic, o un videojuego, que de esto no habla Jordi Maquiavello) debe tratar de contar, en palabras de Sánchez Noriega, "otro relato muy similar expresado en forma de texto fílmico" (recomiendo leer con atención el artículo mencionado más arriba de Manuel Cabello Pino). Además, la adaptación es un contínuo con muchos grados de fidelidad e invención, y una obra puede ser adaptada hasta tal punto que se diferencie notablemente del texto literario original, como es el caso de Blade Runner, y aun así, ser una gran producto cultural. La calidad viene dada por las características narrativas y artísticas de la obra, sea literaria o cinematográfica. La fidelidad es consecuencia de la adecuación a la obra original. Y no siempre es posible combinar ambas porque literatura y cine tienen reglas de creación y de consumo diferentes. Me refiero, por supuesto, al clásico "es una buena película pero una mala adaptación".


Así que, atendiendo a la calidad, y solo a ese criterio, una adaptación tiene características artísticas intrínsecas por las que se la puede considerar de manera independiente de su original. Pero para todo lo demás, una adaptación nunca es un producto independiente. Es una adaptación. Suena de perogrullo, pero para Jordi Maquiavello y muchos otros no lo parece. Para la elaboración de una obra adaptada es imprescindible la existencia previa de una obra literaria en la que los creadores de la película no han participado y que, en un gran número de casos, el público, o buena parte de él, ya conoce. Y aquí es donde empiezan los problemas para las adaptaciones y la razón por la que, a la hora de hacer la comparación, suelen salir perdiendo.


Desde un punto de vista más académico, y podríamos decir objetivo, muchas obras, sobre todo los clásicos más notables de la literatura, fueron creadas con las reglas de la narración literaria y esto hace muy difícil trasladarlas a la pantalla (diálogos internos, reflexiones abstractas, descripciones de escenarios que suponen millones de euros, o dólares, convertir en imágenes, narración en segunda persona, etc.). Por todas estas dificultades, académicos como Manuel Cabello Pino, consideran que es prácticamente imposible que una adaptación cinematográfica de una de estas obras pueda ser mejor que el texto original. Otros, aun más radicales, como García Márquez, plantean que el cine debería contar sus propias historias y renunciar a adaptar las procedentes del mundo literario. Personalmente, esta última postura me parece excesiva y considero que puede haber, y de hecho hay, grandísimas adaptaciones. Pero sí creo que tiene mucho más mérito y valor artístico un guión original que uno adaptado, y no es casualidad que en los certámenes como los Oscar o los Goya existan categorías diferentes para cada uno. Son trabajos distintos.


Por otro lado, desde el punto de vista "popular" o, más bien, desde la experiencia subjetiva del lector/espectador, cuando uno lee un libro de ficción, tiene que hacer el esfuerzo de imaginar lo que en él se narra y se describe, los diálogos de los personajes, sus pensamientos, emociones, gestos, el universo en el que se mueven. Todo. Si el libro te ha gustado mucho, te ha emocionado, te ha hecho pensar, o incluso te ha marcado para siempre, tienes en tu cabeza una idea muy vívida de todas esas imágenes que nunca es igual a la de otro lector. Si después vas a ver una adaptación al cine, lo que verás, por muy bueno que sea, no es más que la visión muy resumida de otro. Con lo cual, es muy difícil que vayas a preferir la adaptación al original. Según Jordi Maquiavello esto se debe al narcisismo del lector, que no acepta que la historia que ha leído pueda no ser como se la ha imaginado. Pero, ¿acaso lo contrario no debería considerarse narcisismo por parte del cineasta que pretende que su visión resumida sustituya a la experiencia literaria del lector? ¿Acaso no ocurre también este fenómeno subjetivo de decepción con las adaptaciones en el caso de los cómics o videojuegos en los que el "lector" no tiene que imaginar nada sino que ya ve también las imágenes y los personajes en la obra original?


Y es que el lector no puede hacer de repente como si toda su experiencia leyendo tal o cual libro nunca hubiera existido solo para no parecer un esnob y no ofender a un cinéfilo más esnob aún que él. Porque no se trata de esnobismo, sino que hacer tuya una historia y sentirla como propia, cosa que no se puede hacer con una película y que es, precisamente, uno de los efectos que busca la literatura, como admite el propio Jordi Maquiavello. Ese fenómeno del fan de una saga que prefiere el original a la adaptación al cine, o por lo menos encuentra fallos, errores y ausencias en esta última, no tiene nada que ver con la clase social o el nivel educativo, o con entender o no de cine. Basta con saber leer. Por supuesto, en todo esto hay un fuerte componente de subjetividad, y no siempre tiene por qué ocurrir. También hay adaptaciones mucho mejores que las obras originales, como reconocen los estudiosos, y como también percibe el público en general. Tal y como indica Manuel Cabello Pino al inicio de su artículo, en todo esto no existe una regla matemática ni las artes narrativas son ciencias exactas. Pero creo que, a la luz de lo expuesto, la tendencia general del público a preferir los originales es razonable y esperable, dadas las características de cada una de estas artes y no como consecuencia de un presunto esnobismo de masas que perdure desde principios del siglo XX. Esta última idea no es más que un juicio de intenciones que pretende finiquitar un debate legítimo con una acusación personal: "eres un esnob pureta".


Y algo más...


Por último, quiero mencionar lo que para mí es el elefante en medio de la habitación en todo este debate: el vil metal. Tanto la industria literaria como la del cine son inmensos negocios a nivel mundial. Y en el caso del cine, se trata de una industria que, desde sus inicios, encuentra en las obras de ficción literaria una cantera de historias que le sale gratis, en el caso de obras clásicas sin derechos de autor (normalmente obras de más de 50 años), o por la que se paga un coste relativamente reducido, en el caso de obras con copyright, que suele ser el 15% de los beneficios. Y aunque Jordi Maquiavello y cía saltarán con que adaptar un guión es un currazo (que lo será, no digo que no), no es comparable a crear una historia original, al menos a nivel creativo. El youtuber llega a afirmar que adaptar un guión es mucho más difícil que crear una obra original. No sé en qué clase de razonamiento se basa, porque no lo explica, pero no acepto esa afirmación bajo ningún concepto. Cuando adaptas estás trabajando sobre la creación de otro. La historia ya está hecha, y por mucho que quieras cambiarla, la base ya te la han dado y tú no has tenido que trabajar en crearla. Es lo que hay. Es decir, la adaptación no es independiente ni a nivel económico ni creativo.


También he escuchado argumentar sobre esto que, puesto que en realidad toda narración ya ha sido escrita antes, cualquier obra de ficción es una adaptación de otra anterior. Esto es una falacia de falsa equivalencia de manual. Por ejemplo, plantear que El Hobbit no es más que otra manera de contar La Odisea, es decir, la estructura arquetípica universal del "viaje del héroe" teorizada por Joseph Campbell, no implica de ningún modo que llevar El Hobbit a la pantalla se lo mismo, y que, en consecuencia, El Hobbit película mantenga el mismo grado de independencia y esfuerzo creativo con respecto a La Odisea y el concepto arquetípico del "viaje del héroe" que El Hobbit novela. Si esto fuera así, si adaptar una historia valiese lo mismo que crearla, ¿por qué se hacen tantas adaptaciones de libros, cómics o videojuegos? ¿Por qué no crea la industria cinematográfica más historias originales recurriendo a los clásicos arquetipos y dejando las obras literarias en su propio medio, como preferiría García Márquez? Si, además, como dice Jordi Maquiavello, es más difícil y costoso adaptar que crear, ¿son entonces todos los cineastas gilipollas de nacimiento? No. Hay muchas razones para adaptar obras originales: artísticas, divulgativas... y también comerciales.


Resulta que la literatura es probablemente el arte narrativa más económica a la hora de crear. Escribir una novela, una saga, un poema o una obra de teatro, es esencialmente una trabajo individual que puede hacer una sola persona con pocos recursos. Por supuesto, luego entra en juego la industria editorial y todo lo que ello implica. Y, si queremos, también podemos incluir en la ecuación a todo el sistema educativo que ha formado al autor, su entorno, relaciones, experiencia, etc. Pero estamos hablando solamente del trabajo creativo per se. Comparado con lo que cuesta producir, no ya una película comercial, sino un cortometraje independiente entre colegas (hablamos de miles de euros), el coste de producir una novela es ínfimo: basta con saber leer y escribir, un portátil, y tener ganas y tiempo; no entro en la calidad. Contar historias a través de la escritura es, desde luego, la forma más económica y elemental de narrar, aunque al escritor pueda llevarle años terminar su narración. Cuando escribes puedes contar todo lo que tu imaginación dé de sí con el mínimo de recursos. No hay límites. Por eso hay muchas más historias originales escritas que filmadas. Esto no es algo que necesariamente desmerezca al cine en general, ni a las adaptaciones en particular, pero es importante tenerlo claro cuando estas últimas se realizan con fines más crematísticos que artísticos.


Porque muchos de los cambios que "la gente no entiende" en las adaptaciones no son consecuencia de la conversión de una obra literaria en una obra cinematográfica. Es decir, no son modificaciones narrativas, artísticas o técnicas, para adaptar la historia al medio, por ejemplo, cuando se prescinde de personajes secundarios por abreviar, o cuando se pone una voz en off para explicar determinados elementos de la trama. Todos esos cambios y ausencias pueden ser comprensibles para el público y la crítica. También lo son los cambios más drásticos realizados con el objetivo de contar una historia diferente pero basada vagamente en la obra literaria original. Un buen ejemplo aquí, de nuevo, es Blade Runner, que hasta tiene un título distinto del original ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de Phillip K. Dick. El problema no es ese. El problema viene cuando se trastocan elementos fundamentales de la trama original para realizar concesiones comerciales o incluso ideológicas (que a la postre implican también un retorno económico del público convencido al que se dirige). Porque, al final, ni la crítica especializada ni el público son gilipollas, sobre todo si antes de ver la película se han leído el libro, y por mucha retórica que se emplee, cuesta vender como una creación artística totalmente independiente lo que no es más que una vulgar operación comercial. El Hobbit, de nuevo, es un excelente ejemplo de ello.


Resumiendo:


Primero: no existe ninguna conspiración de puretas literarios contra las adaptaciones, sino que hay razones intrínsecas al hecho de adaptar que hacen inevitables las comparaciones. La división entre cultura de élite y popular atraviesa todas las artes, sin excepción, aunque, afortunadamente, cada vez se desdibujan más los límites.


Segundo: una adaptación, aun pudiendo ser un buen producto artístico por sí mismo, no es independiente de la obra original, ni en términos creativos ni económicos.


Tercero: lo que sí existe es una enorme industria del espectáculo que obtiene bienes de producción a coste cero, o muy bajo, de otra industria artística diferente. Esto ha sido así desde los inicios del cine y no es algo malo, pero quienes defienden ciertas posturas deberían tener al menos la honestidad de reconocerlo y no incurrir en falacias para justificar su posición.


En definitiva, que cada uno siga consumiendo los productos culturales que le apetezcan. Las dicotomías suelen ser falsas y forzadas. De masas o de élite, literatura y cine llegaron para quedarse, y ambos se han ganado su estatus de arte a pulso y por méritos propios. Mejores o peores, está muy bien que haya adaptaciones, y está mejor que las comparemos y las critiquemos, como nos dé la gana y las veces que queramos. Y los falsos debates como el planteado por Jordi Maquiavello no hacen sino promover estereotipos, desanimar de la lectura, y ahondar en el clasismo.



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